miércoles, 26 de octubre de 2011

Crimen en la noche / Dead of Night / Deathdream / Bob Clark 1974

Una mujer desea fervientemente que su hijo que falleció en Vietnam, regrese a la vida. Al regresar al hogar, su conducta es rara, se lo ve muy compungido, distante y abstraído. Andy no come, no quiere que los demas sepan de su regreso y se pasa todo el dia meciéndose en la butaca de su habitación o en el patio… lo malo es que necesita sangre para sobrevivir. Cruel y demoledora metáfora sobre la guerra del Vietnam y las consecuencias en los soldados que estuvieron alli: Andy se ha convertido en un ser antisocial y agresivo que necesita sangre para seguir ‘viviendo’.

Richard Nixon, el 3 de noviembre de 1969, en pleno discurso, llamó “silent majority” a aquellos americanos que mantuvieron el orden durante el conflicto del Vietnam, los que no protestaron por la guerra, que no exhibían actitudes antipatrióticas y que vamos, no se unieron a movimientos contraculturales ni se hicieron hippies. En una de las primeras escenas de la película, vemos a una familia cenando. El padre, la madre y una hija. La madre le dice a su hija que busque a un hombre, como futuro marido, que sepa cortar el rosbith como Dios manda. Toda una muestra de la familia media americana que cumple con su deber y paga sus impuestos, lo que se conoce como una familia en una “smalltown”. Pero la madre (una espléndida, Lynn Carlin) pronto empieza a mencionar a Andy sin cesar. Intuimos que algo falla, tal y como demuestra el intercambio de miradas entre el padre (un estupendo John Marley) y la hija (Anya Ormsby). Pues en esa mesa falta el otro hijo, Andy, que se alistó como soldado y fue mandado al frente.


Por otra parte, hacía pocos años que se derrumbaba el llamado “verano del amor”, que los hippies iniciaron en San Francisco en 1967, y terminaría con sucesos como el del concierto de los The Rolling Stones en Altamont. Los hechos ocurridos en ese concierto fueron que las drogas, el alcohol y el asesinato de un joven negro de 18 años, Meredith Hunter, a manos de un componente de la banda de moteros “Los Ángeles del Infierno”, quienes se encargaban de la seguridad, acabarían en un desastre total. Más adelante, la secta de Charles Manson llevaría a cabo el asesinato de Sharon Tate. Y el LSD y la heroína harían el resto ¿El resultado? Pues que los “hippies” ya no caían simpáticos. La guerra del Vietnam se iba cobrando la vida de muchos jóvenes norteamericanos. Y muchos de los que volvían, lo hacían con múltiples desequilibrios, tanto de shock post-traumático, como de desdoblamiento de personalidad. Y por si fuera poco, unos USA dividido en dos. Unos en contra de esa estúpida guerra y otros, una mayoría silente. Solo pocos patriotas, la mayoría veteranos de la segunda gran guerra, simpatizaban con los pobres soldados. En la película lo vemos reflejado en el personaje del cartero que se pone a contar batallitas cuando el padre, todo orgulloso, le presenta a su hijo recién llegado.

Ello, lo mostrarían otros films más adelante de una forma más directa. Como “El Cazador” (The deer hunter; Michael Cimino, 1978), o el primer Rambo “Acorralado”. Los soldados que regresaron del Vietnam tuvieron muchas dificultades de integración. Y en este film, Bob Clark ahonda y denuncia con bastante astucia (ya que en esos momentos tan tensos, socialmente hablando, las críticas en el cine se hacían de manera cautelosa y, camufladas como en este caso, en una “peli de terror”) en varios de estos asuntos y la situación social de aquel momento. No es quizás entonces algo casual, que la hermana del “regresado”, grite y pida ayuda con un cartel de la película “The Deathmaster” (Ray Danton, 1972) justo detrás suyo. Puede que de una forma alegórica (la citada película surge cuando los hippies ya no eran bien vistos), queriendo decir que las guerras solo sirven para destruir, pues es el momento justo en que empieza el clímax final en el que todo dejará de ser “como antes” para siempre en su entorno familiar.

El papel de Andy, el hijo regresado de la guerra, es llevado de forma muy convincente por Richard Backus. Su rostro inquietante, inexpresivo, hermético, sin mostrar sentimiento y sensación alguna está muy logrado. Vamos, lo que es un muerto viviente. Y protagonista durante la mayor parte de la película sentado en una mecedora, encuadrada entre sombras en primer plano en la profundidad los que le visitan en su habitación. Una táctica muy inquietante y resultona. Y añadir que mientras hablan con él, cuando le nombran algo que le importa de verdad, no muestra reacción alguna. Simplemente detiene la mecedora.

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