lunes, 31 de octubre de 2011

LA CAMPANA DEL INFIERNO / Claudio Guerín Hill, 1973


Nos remontamos al año 1973. Santiago Moncada, quien ya había firmado el guión de “La corrupción de Chris Miller” el pasado año (una especie de giallo a la española, y mas adelante redactaría el de “Descanse en piezas”) escribió el guión de este ejercicio truculento de suspense y venganza. Y lamentablemente, nos encontramos ante un film maldito. Un film, con una historia negra tras él. El encargado de la dirección, Claudio Guerín Hill, falleció en la parte final del rodaje al precipitarse desde el campanario de la iglesia de San Martiño en el pueblo de Noya (La Coruña). Un suceso nada claro. Este había sido muy amigo y compañero en época de estudiante de Pilar Miró, y en alguna que otra parte, se ha hablado incluso de suicidio. El encargado de finalizar el rodaje fue Juan Antonio Bardem.

“La campana del infierno” no es una película de terror, más bien un drama macabro y truculento. Pero encontraremos grandes momentos de atmósfera terrorífica, desde las bromas del maquiavélico protagonista, como ese regreso desde el más allá de unas jóvenes ahogadas o de esa sangrienta extracción de unos ojos, hasta su clímax final en el sótano-matadero al más puro estilo “La matanza de Texas”. Sin duda, uno de los mejores y más destacables momentos de la película, junto al de la visita de Viveca Lindfors a unos enjambres de abejas. Lo sorprendente de “La campana del infierno”, son precisamente sus altibajos. Cómo puede tener momentos tan conseguidos y logrados, tan cuidados hasta el más mínimo detalle, escenas que consiguen de lejos lo pretendido, y no obstante, encontrarnos luego partes de la película realmente bochornosas. Como por ejemplo, la escena inicial en el matadero, con una cámara recreándose (con zooms incluidos) hasta la saciedad con las vísceras de los animales. O esa reyerta con los violadores, digna del realizador de cine de acción mas cutre de los setenta, que no de alguien que estudió en la Escuela de Cine de Madrid junto a Pilar Miró y Elías Querejeta. Pero el resultado, en conjunto, es más bien satisfactorio, sabiendo mantener un equilibrio entre diferentes estilos y fusionando varios géneros para acabar siendo un buen ejercicio de suspense. Y todo ello, contando con un elenco estupendo donde destacar a Viveca Lindfors y Alfredo Mayo (puede que solo discutible su protagonista). Y de unas localizaciones idóneas para la película(1), a la vez que hermosas y inquietantes.
Sin duda, una película a rescatar y a ser tenida más en cuenta. Y no solo para los degustadores de rarezas y de arqueología cinéfila.

1- En la película destacan preciosos paisajes y arquitectura gallega. Filmada en Betanzos, La Coruña, Padrón, Noya, Galapagar y Madrid.

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